lunes, 15 de abril de 2013

Rento mi vida amueblada mientras regresas

Rento mi vida amueblada mientras regresas de Alejandro Páez Varela

PUBLICADO EN DÍA SIETE
Bloqueé mi página en Facebook porque no me voy a aprender el password tan fácilmente, como quieren, y lo cambié a diario hasta que alguien sin rostro me notificó que estoy fuera. Me siento tan débil que si una hoja hace ruido al caer, olvidaré las claves de acceso al administrador de mi blog y al de cuatro sitios; a mis tres correos obligatorios, a los cuatro contadores de hits que verifico, a los 10 diarios online que debo leer por la mañana. No recuerdo los pins de mis tarjetas de débito y voy en persona al banco para proveerme de efectivo. Colapsé cuando me pidieron el número de empleado en el periódico en el que trabajo, y respondí con un gruñido cuando me detuvo una patrulla y un agente preguntó por la tarjeta de circulación. Renuncié a la licencia de conducir.
Me senté a escuchar a Bach y recordé que un borracho golpeó mi chelo y debo pagar una millonada por repararlo. La lavadora automática silva canciones chinas cuando termina un ciclo de secado. Si hay un apagón, el no-break de mi computadora brinca en pitidos que me hacen pensar en las voces de los que llaman a la Compañía de Luz y Fuerza para exigir que les devuelvan una parte de sus vidas.
El clip del Word de Microsoft me tiene hasta la madre con su ceja levantada. La risa del dependiente-lleno-de-espinillas en la papelería me ha dejado sin cartucho de tinta para la impresora. Los controles del Wii están descargados justo cuando quiero usar el Wii Fit. El iPhone es mi único consuelo a pesar de que me molesta su autosuficiencia. No junto las estampillas de descuento de Starbucks, Subway o Pizza Hut y me gano la burla de sus empleados. No soy invitado especial de Cinemex. No hago mi manifiesto cuando salgo de Texas después de visitar a mis padres. No me persigno frente a una iglesia. No repito la oración que me enseñó mi madre aunque recuerdo los cánticos y hosanna en las alturas, y he aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos.
No guardo los DVD aunque se rayen. No cambio los CD de mi carro y oigo, entonces, solamente seis. No acomodo los libros en orden alfabético ni por autores ni por temas ni por nada, y no terminé la escuela. Creo en la verdad y aún así miento. Me aferro a lo que me cuelgo en el pecho y si el aria alcanza un infinito cierro los ojos para que se me olvide todo lo anterior.
Me alegro cuando el commendatore me invita al infierno. Me duelen las mujeres que no saben de antemano que soy estéril. Rebuzno porque soy intolerante con mi propia voz.
No piso las rayas de la banqueta. No vuelvo a las cocinas que huelen a pápalo. Río para que el chiste sea obvio. Mimo a mis perros porque soy yo en ellos. No rasco los muebles de rattan porque no soy gato. No consigo conciliar el sueño. No renuncio a imaginar que todavía me quieres. No dejo de pensar en ti un solo día de mi vida, y a veces, cuando el mundo se me viene encima, repito tu nombre porque no es un conjuro y no me salvará.
Rento mi vida amueblada mientras regresas. Me siento en la orilla del banco para ver si me caigo de tu lado. Lloro si una burbuja en la bañera tiene el corte de cabello con el que te conocí, porque me entera de un mundo que no permite soñar.


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Sé que esto es prosa, pero lo publico porque es muy bonito, así de sencillo.