El velo centelleante
de Margarita Michelena
Yo no canto
por dejar testimonio de mi estancia
ni para que me escuchen los que, conmigo , mueren
ni por sobrevivirme en las palabras.
Canto para salir de mi rostro en tinieblas
a recordar los muros de mi casa,
porque entrando en mis ojos quedé ciega
y a ciegas, reconozco, cuando canto,
el infinito umbral de mi morada.
II
Cuando me dividiste de ti, cuando me diste
el país de mi cuerpo y me alejaste
del jardín de tuis manos,
yo tuve, en prenda tuya, las palabras,
temblorosos espejos donde, a veces,
sorprendo tus señales.
Sólo tengo palabras. Sólo tengo
mi voz infiel para buscarte.
Reino oscuro de enigmas me entregaste,
y un ángel que me hiere cuando te olvido y callo,
y una lengua doliente y una copa sellada.
Esto es la poesía. No un don de fácil música
ni una gracia riente.
Apenas una forma de recordar. Apenas,
- entre el hombre y su orilla -
una señal, un puente.
Per él voy con mis pasos,
con mi timepo y mi muerte,
llevando en estas manos prometidas al polvo,
-que de ti me separan, que en otra me convierten
y que son mi frontera inexpugnable -,
un hilo misterioso, una escala secreta,
una llave que a veces abre puertas de sombra,
una lejana punta del vuelo centelleante.
Eso tengo y no más. Una manera
de zarpar por instantes de mi carne,
del límite y del nombre que me diste,
del ser y el tiempo en que me confinaste.
Has querido dejarme un torpe vuelo,
la raíz de mis alas anteriores
y este nublado espejo, rostro apenas
de la memoria que me arrebataste.
Y yo, que antes de la ceguera
del nacer, fui contigo
una sonora gota de música oceánica,
lloro bajo la cifra de mi nombre,
en esta soledad de ser yo misma,
de ser entre mi sangre un nostálgico huésped
que su idioma ha olvidado, mas no olvida
que es hoja separada de su ramo celeste.
III
Pero voy caminando hacia el retorno,
pero voy caminando hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia tu rostro,
allá donde la música dejó de ser ya tiempo,
allá donde las voces son todas la voz tuya.
Aún es mi camino de palabras,
aún no me disuelves en tu música,
aú no me confundes y me salvas.
Mas tú me tomarás desde el cadáver
vacío de mis pasos.
Derribará tu soplo la muralla
de mi nombre y mis manos
y apagará la vacilante antorcha
conque mi voz, abajo, te buscaba.
Recobrarás el incendiado espejo
en que atisbé, temblando, tu fantasma
y este sonoro, sello que en mi frente
me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré este reino
de frágiles palabras.
Por qué cantar entonces, si ya habré recordado,
si estará abierta entonces esta rosa enigmática?
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¿Qué más me queda decir? Todo lo he dicho ya. Espero que te vaya bien y mi estúpido y ridículo amor no te haya molestado. La carta... me gustaría poder volverla a leer, pero tú tienes la única copia, no era mi intención incomodarte con ella.
Por si te queda la duda, te dedico éste, y todos los demás poemas del blog; todos me recordaban a ti.