de Dámaso Alonso
Como perro sin amo, que no tiene
huella ni olfato, y yerra
por los caminos...
Antonio Machado
huella ni olfato, y yerra
por los caminos...
Antonio Machado
Hiéreme. Sienta
mi carne tu caricia destructora.
Desde la entraña se elevó mi grito,
y no me respondías. Soledad
absoluta. Solo. Solo.
Sí, yo he visto esos canes errabundos,
allá en las cercas últimas,
jadeantes huir a prima noche,
y esquivar las cabañas
y el sonoro rendil, donde mastines
más dichosos, no ignoran
ni el duro pan ni el palo del pastor.
Pero ellos huyen,
hozando por las cercas torrenteras,
ventaneando luceros, y si buscan
junto a un tocón del quejucal yacija,
pronto otra vez se yerquen:
se yerguen y avizoran la hondada
de las sombras, y huyen
bajo la indiferencia de los astros,
entre los cierzos finos.
Oh, sí, yo tengo miedo
a la absoluta soledad.
Miedo a tu soledad. Sienta tu garra,
tu beso de furor. Lo necesito
como un perro el castigo de su amo.
Mira:
soy hombre, y estoy solo.
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Estoy feliz... pero también estoy de luto. Estoy en duelo por tí, a quién conocí hace ya cinco años y a quién perdí estúpidamente hace quizás dos...
Ahora el tiempo de decir adiós está tocando mi puerta y voy a dejarle pasar.
Perdón por todo lo que te hice, no te insulto diciendo que no fue mi intención, porque a veces lo fue, pero sí te aseguro que me arrepiento. Por primera vez tengo algo de que arrepentime. Tú me enseñaste lo que es el arrepentimiento.
Ahora el tiempo de decir adiós está tocando mi puerta y voy a dejarle pasar.
Perdón por todo lo que te hice, no te insulto diciendo que no fue mi intención, porque a veces lo fue, pero sí te aseguro que me arrepiento. Por primera vez tengo algo de que arrepentime. Tú me enseñaste lo que es el arrepentimiento.
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