de Rubén Bonifaz Nuño
Era vinagre y hiel en copa de oro;
bebida lumbre, ocote empachado
dentro del costillar; olla de chispas.
Biznaga el corazón cerrado
de espuelas quemadoras y de humo.
Hoy, en el quicio de tu puerta,
ojos de chile tengo, ojos de lumbre.
Y va el herido por las calles
entre casas adversas, entre pasos,
y el miedo y el olvido y la vergüenza.
Sólo en el sitio de lo nuestro;
donde estamos haciéndonos, y nadie
ha de vernos llorar; en esta tierra
donde grita el valor, donde nacemos,
donde nos enseñamos a ser hombres.
Y tú herramienta de la dicha;
cuna de mirra, caracol de aceite.
Materia, tú, de vuelo; puntas
de luz en aureola, con el mandto
rojo del águila te cubres; llegas, miras,
vences: enrosca su serpiente
la humillación bajo tu pie desnudo.
Yo, mutilado en sueños; yo, costumbre
de amoratado costillar a ciegas;
perro oculto de hocico arremangado.
Y mira que de súbito hay en mi nombre
y hay saliva de tu boca
y el colirio lustral, y la mirada.
Y detrás de la puerta, y desde ahora,
con un rumor de inútiles vestidos,
de ropas tuyas a tus pies, el día
de mañana ha nacido, y lo sostienes
como granadas entreabiertas.
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Hay veces que cargamos con algunas cosas, yo no sé qué tanto de ti todavía estoy cargando, pero me alegro con saber que ya no siento el peso en la espalda.
Tú, hay veces que creo que no sabes nada. Ni lo sabrás nunca.
Tú, hay veces que creo que no sabes nada. Ni lo sabrás nunca.
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