de Federico García Lorca
Yo no quiero más que una mano,
una mano herida, si es posible.
Yo no quiero más que una mano,
aunque pase mil noches sin lecho.
Sería un pálido lirio de cal,
sería una paloma amarrada a mi corazón,
sería el guardían que en la noche de mi tránsito
prohibiera en absoluto la entrada a la luna.
Yo no quiero más que esa mano
para los diarios aceites y la sábana blanca de mi agonía.
Yo no quiero más que esa mano
para tener un ala de mi muerte.
Lo demás todo pasa.
Rubor sin nombre ya. Astro perpetuo.
Lo demás es lo otro; viento triste,
mientras las hojas huyen en bandadas.
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Regrésame mi mano izquierda. Detesto que sea un peso muerto que no me hace caso cuando le grito que espero que desaparezca, pero las manos no hacen caso, y cuelgan y pesan y a veces osn un lastre que me recuerda todas las noches que pasé esperando que esos suspiros deletrearan mi nombre y se abrieran todas las nubes para verte caer como una mota de polvo que flota a contraluz y me recuerda a mi infancia, triste y denegada, desvanecida entre acuarelas sin sentido.