martes, 20 de octubre de 2015

Geografías de Eros 20-Coda

Geografías de Eros 

de Daniela Birt


20 

Te amé demasiado tarde,  
quizás en la pequeña demasía 
del tiempo en el papel,  
como a la musa que cae del altar 
hasta los bosques de sombras líquidas 
y se torna  flor 
                       o estrella 
                                        o polvo 
                                                       o mariposa. 
Te quise demasiado lento,  
pensé un instante 
que se convirtió en años eternos 
mientras te desvanecías   
como camino alterado  
o ángel de terracota. 
Amor de barro 
y espiga de oro,  
te he dejado empolvar 
en mi cabeza y mis guaridas; 
te he dejado 
en una solitud amarga y exigua 
que nace siempre de mi miedo 
y es herida doble 
en puño y diana.  
Qué egoísta escrúpulo  
te tocó como manto. 
Qué desdeñada cadena,  
me ata ahora 
a un silencio que germinas 
en brusquedad errante 
por inútil castigo 
o suspendida muerte. 

21 

En un giro del sueño,  
los casis se me han transformado 
en desiertos; 
las primaveras han caído  
en inviernos 
y el aire del estío que te cubría 
es ahora 
un vapor sofocante y sordo. 
Como sigilosa sombra,  
o pedazo de noche 
te me has alejado de pronto. 
No hay trenes que lleven a tu destino 
no hay auroras 
que te iluminen en la mente. 
Existes ahora. 
Eres la fragante luz  
que me eleva,  
me toma de la mano  
y pasea conmigo entre libros 
y gente perdida en sus propias músicas,  
para mí desconocidas. 
Y esa realidad,  
ese pecho latente, mi cuello barnizado,  
por un tibio remanso de exhalación 
que emites desde las flores 
íntimas que te conforman 
no serán ya delirio o montaña,  
nieve irrisoria que no he conocido 
ni arena desértica y caliente  
en la que no me he quemado,  
tu sagrado pecho será el lugar 
donde yacen todos mis pensamientos momentáneos,  
será el murmullo ausente 
de las tempestades que rugen; 
ya no seremos  
el ansia de la intempestiva ola 
o el añejado olor de la grama,  
seremos las estrellas mismas 
las incomunicadas cumbres 
que se contemplan en la noche 
acostadas en un giro onírico,  
una cúspide real ante un amor ilusorio. 

[Un anexo] 

 

22 

Creía tener pecho de acero 
y una cabeza reticente  
                                    y roja. 
Nunca me creí derrotista,  
                                           o silente,       
                                                           o sumisa. 
Mas ahora, con ya todo cubierto por una finísima capa de polvo,  
como un velo azul y tirano 
de ojos embravecidos: 
hay un ligero purgatorio, 
en el alma callada,  
queda el triste sonido de una canción vieja 
y el organillo que la toca, vacía y pesadamente,  
como tu veloz silencio,  
y mis carencias internas. 
Creí no conocer el fracaso 
de las palabras muertas,  
el ultraje de los recuerdos retornables,  
la quema de las naves… 
Pensé que habría de pasar exenta 
de los desazones del vencido 
y en la tormenta 
mi cabeza permanecería rígida,  
mi espalda, marmórea,  
una estatua impertérrita 
ante el desastre y el relámpago. 
El tiempo de las aves termina,  
eterno e inequívoco,  
dictando la llegada de días en que doblarnos 
sea lo único restante. 
Pero la insistencia se me ha vaciado,  
diluida en el púrpura matiz de tu boca cerrada,  
en el acuoso tinte 
de tus ojos truncos 
y el traslúcido aroma 
de las turquesas alas con que te vistes. 
Más parece que el infierno 
se fragua 
en las voluntariosas mentes 
de acero,  
en los yelmos potentes,  
en la marfilada convicción; 
se asemeja el dolor 
en pinceladas de decisión sobrevaluada 
o terquedad.  
Al final, las necedades y largas listas de fallas 
y sombras,  
y sangre que hervía  
y dolía,  
             y sabía hacer doler 
parecen ofensas y pecados,  
sin más juez que el tiempo. 

[Coda] 

En esos días sin horas,  
aquéllos en los que mi tiempo 
se diluye por en medio de palabras 
o papeles 
en los que detengo la respiración constante 
para procurarme un instante sordo; 
tu siempre laberíntico humor 
es un despertar constante, 
un retorno continuo y perenne 
del inalcanzable recuerdo de tu risa 
o el fino roce de tus cabellos. 
Son suficientes dos instantes de tu luz 
para liberarme 
del polvoriento estupor del fuego muerto, 
las gardenias secas 
o los repentinos sueños mansos 
que implotan 
en máscaras grotescas 
con las que te escondes 
de un mundo que cae al vacío. 
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He aquí la última parte del libro que saqué el año pasado: Geografías de Eros, algo así como un viaje hacia el enamoramiento y la decepción.

El libro entero está en Scribd, échenle un ojo: https://www.scribd.com/doc/231365780/Geografias-de-Eros 

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